TITULO EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL COLERA
AUTOR GABRIEL GARCIA MARQUEZ
EDITORIAL
MONDADORI
MONDADORI
ISBN 9788439703853
NUMERO
DE PÁGINAS 504
DE PÁGINAS 504
GENERO NARRATIVA
Paola Medina Manrique
la lectura nos abre las puertas del mundo que te atrevas a imaginar |
Cuando te levantes por la mañana, piensa en el precioso privilegio de estar vivo,pensar, disfrutar y amar. -Marco Aurelio.
INTRODUCCION
Este libro escrito por el
Autor Gabriel García Márquez analiza la naturaleza del amor con gran riqueza de
matices, a la vez que trata en profundidad otros temas universales, como la
vejez, la fidelidad o la muerte. Sin embargo, la relación que en esta novela se
establece entre el amor y el tiempo es muy potente y está cargada de
significados, según el prisma atraves del que se mire. Así, observamos que el
amor puede trascender al tiempo, que el tiempo puede colaborar estrechamente
con el amor del mismo modo que puede alejarlo, que el amor solo puede darse si
el tiempo quiere, que cuando ha pasado demasiado tiempo se rompe el miedo al
amor, que la falta de tiempo puede ayudar a precipitarlo. El amor es tan
difícil porque para respirar necesita asociarse con el tiempo.
Autor Gabriel García Márquez analiza la naturaleza del amor con gran riqueza de
matices, a la vez que trata en profundidad otros temas universales, como la
vejez, la fidelidad o la muerte. Sin embargo, la relación que en esta novela se
establece entre el amor y el tiempo es muy potente y está cargada de
significados, según el prisma atraves del que se mire. Así, observamos que el
amor puede trascender al tiempo, que el tiempo puede colaborar estrechamente
con el amor del mismo modo que puede alejarlo, que el amor solo puede darse si
el tiempo quiere, que cuando ha pasado demasiado tiempo se rompe el miedo al
amor, que la falta de tiempo puede ayudar a precipitarlo. El amor es tan
difícil porque para respirar necesita asociarse con el tiempo.
Amor y tiempo son enemigos
inseparables, como dos caras de una misma moneda. La alianza entre ambos hizo
posible esta gran historia de amor en los tiempos del cólera, una enfermedad
cuyos síntomas según García Márquez eran tan parecidos a los del enamoramiento
que se podían confundir.
Lo había cumplido en efecto el 23 de enero de ese año y había fijado como plazo la víspera de pentecostés que era la fiesta mayor de la ciudad, Jeremías amaba muchas cosas, amaba el mar como su amor el amor que tenía por ella y por su perro y a medida que se acercaba la fecha había ido sucumbiendo a la desesperación como si su muerte no hubiera sido una resolución propia sino un destino inexorable.
aprovecha tu tiempo libre
inseparables, como dos caras de una misma moneda. La alianza entre ambos hizo
posible esta gran historia de amor en los tiempos del cólera, una enfermedad
cuyos síntomas según García Márquez eran tan parecidos a los del enamoramiento
que se podían confundir.
La esperanza es desear que algo suceda, la Fe es creer que va suceder, y la valentía es hacer que suceda |
Quien te ama nunca te lastima, crea una sonrisa en tus labios y no una lagrima en tus ojos. |
El Doctor Urbino seguía pensando en su loro, sospechaba
que su muermo crónico podía ser peligroso para la buena respiración de los
humanos, durante muchos años le cortaban las plumas de las alas y lo dejaban
suelto, caminando a gusto con su andar cazcorvo de jinete viejo. Pasaron las
horas cuando al momento se armó un incendio, acudieron voluntarios con
escaleras de albañiles y baldes de agua acarreados de donde se pudiera y era
tal el desorden de sus métodos, que estos causaban a veces más estragos que los
incendios. Fermina Daza quien era una mujer muy bella y elegante se había
puesto un camisero de seda, amplio y suelto, con el talle en las caderas, se
había puesto un collar de perlas legítimas y zapatos hermosos. Lucía una mujer
radiante y esplendida y eso que tenía setenta y dos años.
El Doctor Urbino la encontró sentada frente al tocador,
bajo las aspas lentas del ventilador eléctrico, poniéndose el sombrero de
campana con un adorno de violetas de fieltro. Protegida por un mosquitero de
punto rosado. Fermina escogía la ropa de su marido de acuerdo a la ocasión y la
ponía en orden sobre una silla desde la noche anterior para que la encontrara
lista cuando saliera del baño. Ella había ido descubriendo poco a poco la
incertidumbre de los pasos de su marido, sus trastornos de su humor, las
fisuras de su memoria, su costumbre reciente de sollozar del óxido final, sino
como una vuelta feliz a la infancia por
eso no lo trataba como a un anciano difícil sino como a un niño senil, y aquel
engaño fue providencial para ambos porque los puso a salvo de la compasión.
Otra cosa bien distinta habría sido la vida para ambos, de haber sabido a
tiempo que era más fácil para sortearlas grandes catástrofes matrimoniales que
las miserias minúsculas de cada día. Pero si algo había aprendido juntos era
que la sabiduría nos llega cuando ya no sirve para nada. Fermina Daza había
soportado de mal corazón durante años los amaneceres jubilosos del marido. Se
aferraba a sus últimos hilos de sueño para no enfrentarse al fatalismo de una
nueva mañana de presagios siniestros, mientras el despertaba con la inocencia
de un recién nacido cada nuevo día era un día más que se ganaba. La peor
desgracia para Fermina era no poder dormir entonces se volteaba en la cama,
encendía la luz sin la menor clemencia consigo misma, feliz. En el fondo era un
juego de ambos, mítico y perverso pero por lo mismo reconfortante; uno de los
tantos placeres peligrosos del amor domesticado.
solo se feliz muy feliz en la vida sonríe y vive cada momento como si fuera el ultimo |
Siempre recordaba a las orillas de las ciénagas sus
animales domésticos y sus trastos de comer, beber, siempre se tomaban un asalto
de júbilo, las playas pedregosas del sector colonial. También la independencia
del dominio español, luego la abolición de la esclavitud precipitaron el estado
de decadencia honorable en que nació y creció el doctor Juvenal, las grandes
familias de Antaño se hundían en silencio dentro de sus alcázares
desguarnecidos.
Las mujeres se cubrían su rostro debido a las sorpresas de guerra que había,
esperando a dichos hombres por la pesadumbre de la guerra, sus amores eran
lentos y difíciles, perturbados a menudo por presagios siniestros y la vida les
parecía interminable al anochecer, en el instante opresivo del tránsito se
alzaba de las ciénagas una tormenta de zancudos carniceros, la raza humana cálida
y triste revolvía en el fondo del alma la certidumbre de la muerte.
Pues la propia vida de la ciudad colonial, que el joven
Juvenal solía idealizar en sus melancolías de parís era entonces una ilusión de
la memoria. Al día siguiente por fin fui a la misa de pentecostés estaba tan
cansado por tanto alboroto que lo único que quería era tener una siesta
mientras llegaba la hora del almuerzo de gala del Doctor Lasides Olivella, pero
encontró la servidumbre alborotada, tratando de coger el loro que había volado
hasta la rama más alta del palo de mango, cuando lo sacaron de la jaula para
cortarle las alas. Era un loro desplumado y maniático que no hablaba cuando se
lo pedían sino en ocasiones menos pensadas, pero lo hacía con una claridad y
uso de razón que no eran muy comunes en los seres humanos. Había sido
amaestrado por el Doctor Urbino en persona y eso le había valido privilegios
que nadie nunca tuvo en la familia, ni siquiera los hijos cuando eran niños. Estaba
en la casa desde hacía más de veinte años, todas las tareas después de la
siesta el Doctor Urbino se sentaba con él en el patio de la terraza era el
lugar más fresco de la casa y había apelado a los recursos más arduos de su pasión
pedagógica hasta que el loro aprendió a hablar francés como un académico. Le enseño
himnos y hasta cantaba con pura voz de mujer, había cogido fama que la gente
muchas veces pedía permiso para oírlo cantar y cada vez que terminaba sus espectáculos
se reía a carcajadas, ningún otro animal era permitido en la casa, salvo la
tortuga de tierra, que había vuelto a aparecer en la cocina después de tres o
cuatro años en que se le creyó perdida para siempre. Pero esta no se tenía como
un ser vivo, sino más bien como un amuleto mineral para la buena suerte, del
que nunca se sabía a ciencia cierta por donde andaba.
cada día y momento de tu vida disfrútalo al máximo |
Lo había cumplido en efecto el 23 de enero de ese año y había fijado como plazo la víspera de pentecostés que era la fiesta mayor de la ciudad, Jeremías amaba muchas cosas, amaba el mar como su amor el amor que tenía por ella y por su perro y a medida que se acercaba la fecha había ido sucumbiendo a la desesperación como si su muerte no hubiera sido una resolución propia sino un destino inexorable.
Anoche, cuando lo deje solo, ya no era de este mundo,
dijo ella, había querido llevarse el perro pero él lo contemplo adormilado
junto sus muletas y lo acarició. El me pidió que lo amarrara pues el deseo de él
era morir junto a su perro pero ella le hizo un
nudo falso para que el perro pudiera soltarse, y a ella le dijo: recuérdame
con una rosa, pero ella se sentó a fumar cigarrillo sobre la cama y ni siquiera
leyó la carta, pareció estar dolida y a la vez no importarle. El doctor urbino
se había dado cuenta desde hacía rato cuanto iba a repudiar el recuerdo de
aquella mujer irredimible, y creía conocer el motivo: solo una persona sin
principios podía ser tan complaciente con el dolor.
Ella dijo que no iría al entierro como le había prometido
a su amante, que por ella vendería la casa que desde ahora era suya y todo lo
que había dentro, pues no iba a mortificarse y a vivir encerrada dentro de
cuatro paredes y seguir viviendo como siempre sin quejarse de nada en ese
moridero de pobres donde había sido feliz.
Aquella frase persiguió al doctor juvenal urbino en el
camino de regreso a su casa, este
moridero de pobres, cuando la ciudad seguía siendo igual que antes, tranquila y
feliz. Solo que ella se creía superior a los demás y aun con todo el daño que había
causado pensaba que era insignificante cuando el dolor para mí era muy grande y
muy fuerte el darme cuenta de la tragedia como había ocurrido y que ella no
hubiera hecho nada para detenerlo era tan falsa pero decidió ser sincera y
contarme la verdad, pero ya es tarde no puedo regresar el pasado.
El doctor Urbina tenía una rutina fácil de seguir desde que quedaron atrás los
años tormentosos de las primeras armas, y logro una respetabilidad y prestigio
que no tenían igual en la provincia, se levantaba siempre a la madrugada cuando
los gallos cantaban y empezaba a tomar sus medicinas en el transcurso del día. También
permanecía una hora en su estudio, preparando la clase de clínica general que
dicto en la escuela de medicina todos los días. Le gustaba mucho leer libros de
literatura de lengua castellana hacia ejercicios en su casa de respiración,
almorzaba casi siempre en su casa, no le gustaba comer en la calle. Vivía su
vida muy feliz aunque siempre le venía a su cabeza el recuerdo de jeremía de
haberse suicidado por negarse a envejecer. Cuando su primer pensamiento era que
había sido por cuestiones de amores y luego que había sido por el cianuro de
oro.
Pasaron los días y salió de viaje para las fiestas
patronales en una carrosa la cual lo distinguía mucho porque usaba una capota
de charol roja, había demasiada gente por el sector en desfiles al
acompañamiento, todos muy alegres y contentos, a pesar de su amor casi maniático
por la ciudad, y de conocerla mejor que nadie, el doctor Urbina había tenido muy pocas veces un motivo con
el de aquel domingo para aventurarse seis resistencia en el fragor del antiguo
barrio de los esclavos. Siguió su recorrido y por los barrios que pasaba era
terrible la cantidad de gente que allí había incluso por un barrio pudo
observar como los gallinazos se peleaban por los desperdicios del matadero, después
de tanta travesía por fin llegaron al hotel donde se iba a hospedar, al llegar
se dieron cuenta que el portón se había abierto sin ruido y frente a ellos
estaba una mujer madura, vestida de negro absoluto y con un rosa roja en la
oreja, a pesar de sus años que no eran menos de cuarenta, seguía siendo una
mujer muy altiva, con los ojos dorados y crueles, y el cabello ajustado a la
forma del cráneo como un casco de algodón de hierro. El doctor Urbina no la reconoció
aunque le había visto varias veces en la oficina del fotógrafo jeremiah siempre
que se reunían para jugar ajedrez, y en ocasiones le formulaba papeletas de
quinina para las fiebres terciarias.
Pasó un rato y la mujer se sentó frente a él y le dijo:
esta es su casa; doctor Urbina no lo esperaba tan pronto, el doctor se sintió delatado.
Se fijó en ella con el corazón, se fijó en su luto intenso, en la dignidad de
su congoja, y entonces comprendió que aquella era una visita inútil, porque
ella sabía más que el todo cuanto estaba dicho y justificado en la carta póstuma
de jeremiah. Ella lo había acompañado durante casi veinte años con una devoción
y una ternura sumisa que se parecían demasiado al amor, ellos se conocieron en un
hospital en donde ella había nacido, ella se ocupaba de mantener la limpieza
del laboratorio una vez por semana los vecinos no creían que ella podía tener
una relación con jeremiah, ni siquiera el doctor Urbina si él no se lo hubiera confesado en la carta.
De todos modos le constaba trabajo entender que dos adultos libres y sin pasado,
al margen de los prejuicios de una sociedad ensimismada, hubiera elegido al
azar de los amores prohibidos. Pero ella se lo explico: era su gusto. Además,
de la clandestinidad compartida con un hombre que nunca fue suyo por completo,
y en la que más de una vez conocieron la explosión instantánea de la felicidad,
no le pareció una condición indeseable, al contrario la vida le había demostrado
que tal vez fuera ejemplar, al día siguiente salieron a cine, a mirar una película
que a ella le gustaba mucho, y el doctor Urbina había leído porque le parecía muy
interesante
Luego decidieron jugar ajedrez aunque ella gano la
partida. Era muy buena para jugar así como lo fue su amado Jeremiah, platicaron
un largo rato y ella se sintió en confianza y le conto al doctor Urbina, que
cuando ella se dio cuenta que jeremiah había llegado al término de la agonía y
que no le quedaba más tiempo de vida, fue lo necesario para escribir la carta. El
doctor Urbina no le creía y le dijo: de modo que usted lo sabía y ella respondió:
no solo lo sabía, sino que también lo ayude a sobrellevar la agonía con el
mismo amor con que lo había a descubrir la dicha, porque eso habían sido sus últimos
once meses: una cruel agonía.
Su deber era denunciarlo le dijo el doctor pero ella dijo
que no podía hacerle eso porque lo amaba demasiado. El doctor Urbina que creía haberlo
oído todo, no había oído nunca nada igual, y dicho de un modo tan simple, la
miro de frente para fijarla en su memoria como era en aquel instante: parecía un
ídolo fluvial impávida dentro del vestido negro con los ojos de culebra y la
rosa en la oreja.
Mucho tiempo atrás cuando habían estado en una playa en Haití
desnudos después de hacer el amor Jeremíah había suspirado y dicho: “nunca seré
viejo”. Ella lo interpreto como un propósito heroico de luchar sin cuartel
contra los estragos del tiempo, pero él fue más explícito; tenía la determinación
irrevocable de quitarse la vida a los sesenta años.
La mentira causa tristeza, dolor y desilusión, por eso no hagas a los demás lo que no quieras que hagan contigo....
EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL COLERA
Era inevitable el olor a
almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados,
el doctor Juvenal Urbina lo percibió desde que entro a la casa en las penumbras
de lo que había allí, encontró el cadáver cubierto con una manta en el catre de
campaña donde había dormido siempre, cerca de un taburete que había servido
para vaporizar el veneno. En el suelo, amarrado de la pata del catre, estaba el
cuerpo tendido de un gran danés negro de pecho nevado y junto a él estaban las
muletas, la habitación que a la vez servía de alcoba y de laboratorio. Al amanecer
con la ventana abierta era fácil de reconocer la frialdad de la muerte.
Las otras ventanas estaban
selladas con trapos viejos, cartones negros, frascos de vidrio viejos cubiertos
de telarañas, sofás rotas, aunque el aire de la ventana había purificado el
ámbito, aún quedaba el rescollo tibio de los amores sin ventura de las
almendras amargas. El doctor Urbina había pensado en más de una vez , sin animo
premonitorio, que aquel no era un lugar propicio para morir en gracia de Dios,
pero con el tiempo termino por suponer que su desorden obedecía tal vez a una
determinación cifrada de la Divina
Providencia.
Un Comisario de policía que
se había adelantado con un estudiante de medicina forense dio inicio a lo
ocurrido con el caso, levantaron la manta y se pudo observar el cuerpo desnudo,
tieso y torcido, con los ojos abiertos y el cuerpo azul, con cincuenta años más
viejo que la noche anterior, tenía la barba y los cabellos amarillentos, y el
vientre atravesado por una cicatriz, su torso y sus brazos tenían una
envergadura que señalaban muchos maltratos por las muletas, el doctor Juvenal
volvió a cubrirlo con la manta y recordó su prestancia académica. En el año
anterior había celebrado los ochenta con un jubileo especial de tres días.
Aunque oía cada vez menos
por el oído derecho y debía apoyarse en
su bastón para caminar, su vestido lo describía todo, tal y como era su carácter.
El por su experiencia sabía
que no se trataba de un suicidio de esos causados por amores, sabía que era por
una cubeta que había estallado y había
producido su muerte por cianuro de oro, por eso su cuerpo estaba tan
desbastado, el practicante de medicina le llamo mucho la atención porque en las
practicas que había hecho jamás le había correspondido hacerlo con un caso así.
Esta sería la primera vez y por ello no tenía mucho conocimiento, el doctor
Juvenal le causo mucha risa pero al final comprendió al muchacho, pues no había
necesidad de hacer la autopsia, lo único que le dijo fue que revisara su
corazón muy bien pues debido al cianuro debía tener arena dentro de él.
Siendo así el doctor Juvenal
pidió que para ese mismo día se realizara el entierro, el en sus ahorros tenía
dinero para los costos y que si no lo tenía
él se haría cargo de los gastos. Ordeno decir a los del periódico que el
fotógrafo había muerto de muerte natural, aunque parecía a nadie importarle
para el sí lo era.
Al otro lado de la ciudad
colonial se escucharon las campanas de la catedral llamando a la misa mayor. El
doctor Juvenal se puso los lentes de media luna con montura de oro y al momento
recordó que era misa de pentecostés, el miraba las salas y las fotografías y le traía gratos recuerdos
de Jeremiah, miraba el ajedrez y recordaba que él todas las tardes jugaba con
las piezas blancas.
A las seis de la mañana
cuando hacia la última ronda con el sereno había visto un letrero clavado en la
puerta de la calle, entre sin tocar y avise a la policía, poco después acudió
el comisario con el practicante, y ambos habían hecho un registro a la casa en
busca de alguna evidencia contra el aliento inconfundible de las almendras
amargas. Pero en los breves minutos que demoro el análisis de la partida
inconclusa, el comisario descubrió entre los papeles, del escritorio un sobre
dirigido al doctor Juvenal protegido con tantos sellos de lacre que fue
necesario despedazarlo para poder abrirlo. Comenzó a leer la carta y el tiempo
que duro fue largo y cuando termino tenía el mismo color azul del cadáver,
recordó que estaba el comisario y el practicante de medicina y les sonrió en
medio de las brumas de la pesadumbre.
Les ordeno que levantaran la
baldosa que estaba en frente de ellos, allí encontrarían la clave para abrir la
caja fuerte aunque para sorpresa se dieron cuenta que no alcanzaría para los
costos del entierro, que al igual no importaba dijo el doctor Juvenal y seguía
pensando que no iba a alcanzar a llegar antes que dijeran el evangelio en la
misa, sería el tercer domingo que no asistía a misa ni podría compartir con su
esposa lo ocurrido en el transcurso de la semana, se dedicó a leer la carta con
más calma y estaban los horarios y tareas específicas de él.
Los medicamentos que consumía,
el horario de clases que llevaba en la Universidad donde dictaba medicina. Eran
10 minutos diarios que dedicaba para hacer ejercicios de respiración.
En su tiempo libre se
dedicaba a leer editoriales se bañaba se arreglaba la barba y el bigote, se
vestía de lino blanco con chaleco y sombrero flexible, botines de cordobán,
desayunaba en familia almorzaba casi siempre en su casa, hacia una siesta de 10
minutos sentado en la terraza del patio escuchando sus canciones favoritas bajo
la fronda de los mangos.
A pesar de su edad no
atendió a sus pacientes en el consultorio, lo hacía en sus casas como siempre y
estaba al pendiente de sus medicinas. De joven se demoraba en el café de la
parroquia antes de volver a su casa, y así perfecciono su ajedrez con los
cómplices de su suegro y algunos amigos del caribe. Para el doctor Juvenal fue
algo milagroso, tener ese reencuentro era su mayor felicidad recordar algo que
en su vida fueron sus mayores alegrías.
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