CAPITULO I
En el que se narran las divertidas circunstancias de mi
encuentro con un singular viajero camino de la ciudad
de Samarra, en la Ruta de Bagdad. Qué hacía el viajero
y cuáles eran sus palabras.
¡En el nombre de Allah, Clemente y Misericordioso!
Iba yo cierta vez al paso lento de mi camello por la Ruta
de Bagdad de vuelta de una excursión a la famosa ciudad
de Samarra, a orillas del Tigres, cuando vi, sentado en una
piedra, a un viajero modestamente vestido que parecía
estar descansando de las fatigas de algún viaje.
Me disponía a dirigir al desconocido el trivial salam de
los caminantes, cuando, con gran sorpresa por mi parte, vi
que se levantaba y decía ceremoniosamente:
- Un millón cuatrocientos veintitrés mil setecientos
cuarenta y cinco…
Se sentó en seguida y quedó en silencio, con la
cabeza apoyada en las manos, como si estuviera absorto
en profundas meditaciones.
Me paré a cierta distancia y me quedé observándolo
como si se tratara de un monumento histórico de los
tiempos legendarios.
Momentos después, el hombre se levantó de nuevo y,
con voz pausada y clara, cantó otro número igualmente
fabuloso:
- Dos millones trescientos veintiún mil ochocientos
sesenta y seis…
Y así, varias veces, el raro viajero se puso en pie y dijo
en voz alta un número de varios millones, sentándose luego
en la tosca piedra del camino.
Sin poder refrenar mi curiosidad, me acerqué al
desconocido, y, después de saludarlo en nombre de Allah
-con Él sean la oración y la gloria-, le pregunté el
significado de aquellos números que solo podrían figurar en
cuentas gigantescas.
- Forastero, respondió el Hombre que Calculaba, no
censuro la curiosidad que te ha llevado a perturbar mis
cálculos y la serenidad de mis pensamientos. Y ya que
supiste dirigirte a mí con delicadeza y cortesía, voy a
atender a tus deseos. Pero para ello necesito contarte
antes la historia de mi vida.
Y relató lo siguiente, que por su interés voy a trascribir
con toda fidelidad:
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