Aprendices del Tecnico en Asistencia Administrativa del SENA - Cajamarca Tolima, queremos compartir nuestras historias de lectura.
CAPITULO III
Donde se narra la singular aventura de los treinta y
cinco camellos que tenían que ser repartidos entre tres
hermanos árabes. Cómo Beremiz Samir, el Hombre
que Calculaba, efectuó un reparto que parecía
imposible, dejando plenamente satisfechos a los tres
querellantes. El lucro inesperado que obtuvimos con la
transacción.
Hacía pocas horas que viajábamos sin detenernos
cuando nos ocurrió una aventura digna de ser relatada, en
la que mi compañero Beremiz, con gran talento, puso en
práctica sus habilidades de eximio cultivador del Álgebra.
Cerca de un viejo albergue de caravanas medio
abandonado, vimos tres hombres que discutían
acaloradamente junto a un hato de camellos.
Entre gritos e improperios, en plena discusión,
braceando como posesos, se oían exclamaciones:
- ¡Que no puede ser!
- ¡Es un robo!
- ¡Pues yo no estoy de acuerdo!
El inteligente Beremiz procuró informarse de lo que
discutían.
- Somos hermanos, explicó el más viejo, y recibimos
como herencia esos 35 camellos. Según la voluntad
expresa de mi padre, me corresponde la mitad, a mi
hermano Hamed Namur una tercera parte y a Harim, el más
joven, solo la novena parte. No sabemos, sin embargo,
cómo efectuar la partición y a cada reparto propuesto por
uno de nosotros sigue la negativa de los otros dos. Ninguna
de las particiones ensayadas hasta el momento, nos ha
ofrecido un resultado aceptable. Si la mitad de 35 es 17 y
medio, si la tercera parte y también la novena de dicha
cantidad tampoco son exactas ¿cómo proceder a tal
partición?
- Muy sencillo, dijo el Hombre que Calculaba. Yo me
comprometo a hacer con justicia ese reparto, mas antes
permítanme que una a esos 35 camellos de la herencia
este espléndido animal que nos trajo aquí en buena hora.
En este punto intervine en la cuestión.
- ¿Cómo voy a permitir semejante locura? ¿Cómo
vamos a seguir el viaje si nos quedamos sin el camello?
- No te preocupes, bagdalí, me dijo en voz baja
Beremiz. Sé muy bien lo que estoy haciendo. Cédeme tu
camello y verás a que conclusión llegamos.
Y tal fue el tono de seguridad con que lo dijo que le
entregué sin el menor titubeo mi bello jamal, que,
inmediatamente, pasó a incrementar la cáfila que debía ser
repartida entre los tres herederos.
- Amigos míos, dijo, voy a hacer la división justa y
exacta de los camellos, que como ahora ven son 36.
Y volviéndose hacia el más viejo de los hermanos,
habló así:
- Tendrías que recibir, amigo mío, la mitad de 35, esto
es: 17 y medio. Pues bien, recibirás la mitad de 36 y, por
tanto, 18. Nada tienes que reclamar puesto que sales
ganando con esta división.
Ydirigiéndose al segundo heredero, continuó:
- Y tú, Hamed, tendrías que recibir un tercio de 35, es
decir 11 y poco más. Recibirás un tercio de 36, esto es, 12.
No podrás protestar, pues también tú sales ganando en la
división.
Ypor fin dijo al más joven:
- Y tú, joven Harim Namur, según la última voluntad de
tu padre, tendrías que recibir una novena parte de 35, o sea
3 camellos y parte del otro. Sin embargo, te daré la novena
parte de 36 o sea, 4. Tu ganancia será también notable y
bien podrás agradecerme el resultado.
Yconcluyó con la mayor seguridad:
- Por esta ventajosa división que a todos ha favorecido,
corresponden 18 camellos al primero, 12 al segundo y 4 al
tercero, lo que da un resultado - 18 + 12 + 4 - de 34
camellos. De los 36 camellos sobran por tanto dos. Uno,
como saben, pertenece al badalí, mi amigo y compañero;
otro es justo que me corresponda, por haber resuelto a
satisfacción de todos el complicado problema de la
herencia.
- Eres inteligente, extranjero, exclamó el más viejo de
los tres hermanos, y aceptamos tu división con la seguridad
de que fue hecha con justicia y equidad.
Y el astuto Beremiz -el Hombre que Calculaba- tomó
posesión de uno de los más bellos jamales del hato, y me
dijo entregándome por la rienda el animal que me
pertenecía:
- Ahora podrás, querido amigo, continuar el viaje en tu
camello, manso y seguro. Tengo otro para mi especial
servicio.
Yseguimos camino hacia Bagdad.
CAPITULO IV
De nuestro encuentro con un rico jeque, malherido y
hambriento. La propuesta que nos hizo sobre los ocho
panes que llevábamos, y cómo se resolvió, de manera
imprevista, el reparto equitativo de las ocho monedas
que recibimos en pago. Las tres divisiones de Beremiz:
la división simple, la división cierta y la división
perfecta. Elogio que un ilustre visir dirigió al Hombre
que Calculaba
.
Tres días después, nos acercábamos a las ruinas de
una pequeña aldea denominada Sippar cuando
encontramos caído en el camino a un pobre viajero, con las
ropas desgarradas y al parecer gravemente herido. Su
estado era lamentable.
Acudimos en socorro del infeliz y él nos narró luego sus
desventuras.
Se llamaba Salem Nassair, y era uno de los más ricos
mercaderes de Bagdad. Al regresar de Basora, pocos días
antes, con una gran caravana, por el camino de el-Hilleh, fue
atacado por una chusma de nómadas persas del desierto.
atacado por una chusma de nómadas persas del desierto.
La caravana fue saqueada y casi todos sus componentes
perecieron a manos de los beduinos. Él -el jefe- consiguió
escapar milagrosamente, oculto en la arena, entre los
cadáveres de sus esclavos.
Al concluir la narración de su desgracia, nos preguntó
con voz ansiosa:
- ¿Traéis quizá algo de comer? Me estoy muriendo de
hambre…
- Me quedan tres panes -respondí.
- Yo llevo cinco, dijo a mi lado el Hombre que
Calculaba.
- Pues bien, sugirió el jeque, yo os ruego que juntemos
esos panes y hagamos un reparto equitativo. Cuando llegue
a Bagdad prometo pagar con ocho monedas de oro el pan
que coma.
Así lo hicimos.
Al día siguiente, al caer la tarde, entramos en la célebre
ciudad de Bagdad, perla de Oriente.
Al atravesar la vistosa plaza tropezamos con un
aparatoso cortejo a cuyo frente iba, en brioso alazán, el
poderoso brahim Maluf, uno de los visires.
El visir, al ver al jeque Salem Nassair en nuestra
compañía le llamó, haciendo detener a su brillante comitiva
y le preguntó:
- ¿Qué te pasó, amigo mío? ¿Cómo es que llegas a
Bagdad con las ropas destrozadas y en compañía de estos
dos desconocidos?
El desventurado jeque relató minuciosamente al
poderoso ministro todo lo que le había ocurrido en le
camino, haciendo los mayores elogios de nosotros.
- Paga inmediatamente a estos dos forasteros, le
ordenó el gran visir.
Y sacando de su bolsa 8 monedas de oro se las dio a
Salem Nassair, diciendo:
- Te llevaré ahora mismo al palacio, pues el Defensor
de los Creyentes deseará sin duda ser informado de la
nueva afrenta que los bandidos y beduinos le han infligido al
atacar a nuestros amigos y saquear una de nuestras
caravanas en territorio del Califa.
El rico Salem Nassair nos dijo entonces:
- Os dejo, amigos míos. Quiero, sin embargo, repetiros
mi agradecimiento por el gran auxilio que me habéis
prestado. Y para cumplir la palabra dada, os pagaré lo que
tan generosamente disteis.
Ydirigiéndose al Hombre que Calculaba le dijo:
- Recibirás cinco monedas por los cinco panes.
Yvolviéndose a mí, añadió:
- Ytú, ¡Oh, bagdalí!, recibirás tres monedas por los tres
panes.
Mas con gran sorpresa mía, el calculador objetó
respetuoso:
- ¡Perdón, oh, jeque! La división, hecha de ese modo,
puede ser muy sencilla, pero no es matemáticamente
cierta. Si yo entregué 5 panes he de recibir 7 monedas, mi
compañero bagdalí, que dio 3 panes, debe recibir una sola
moneda.
- ¡Por el nombre de Mahoma!, intervino el visir Ibrahim,
interesado vivamente por el caso. ¿Cómo va a justificar
este extranjero tan disparatado reparto? Si contribuiste con
5 panes ¿por qué exiges 7 monedas?, y si tu amigo
contribuyó con 3 panes ¿por qué afirmas que él debe
recibir solo una moneda?
El Hombre que Calculaba se acercó al prestigioso
ministro y habló así:
- Voy a demostraros. ¡Oh, visir!, que la división de las 8
monedas por mí propuesta es matemáticamente cierta.
Cuando durante el viaje, teníamos hambre, yo sacaba un
pan de la caja en que estaban guardados, lo dividía en tres
pedazos, y cada uno de nosotros comía uno. Si yo aporté 5
panes, aporté, por consiguiente, 15 pedazos ¿no es
verdad? Si mi compañero aportó 3 panes, contribuyó con 9
pedazos. Hubo así un total de 24 pedazos,
correspondiendo por tanto 8 pedazos a cada uno. De los
15 pedazos que aporté, comí 8; luego di en realidad 7. Mi
compañero aportó, como dijo, 9 pedazos, y comió también
8; luego solo dio 1. Los 7 que yo di y el restante con que
contribuyó al bagdalí formaron los 8 que corresponden al
jeque Salem Nassair. Luego, es justo que yo reciba siete
monedas y mi compañero solo una.
El gran visir, después de hacer los mayores elogios del
Hombre que Calculaba, ordenó que le fueran entregadas
las siete monedas, pues a mí, por derecho, solo me
correspondía una. La demostración presentada por el
matemático era lógica, perfecta e incontestable.
Sin embargo, si bien el reparto resultó equitativo, no
debió satisfacer plenamente a Beremiz, pues éste
dirigiéndose nuevamente al sorprendido ministro, añadió:
- Esta división, que yo he propuesto, de siete monedas
para mí y una para mi amigo es, como demostré ya,
matemáticamente cierta, pero no perfecta a los ojos de
Dios.
Y juntando las monedas nuevamente las dividió en dos
partes iguales. Una me la dio a mí -cuatro monedas- y se
quedó la otra.
- Este hombre es extraordinario, declaró el visir. No
aceptó la división propuesta de ocho dinares en dos partes
de cinco y tres respectivamente, y demostró que tenía
derecho a percibir siete y que su compañero tenía que
recibir sólo un dinar. Pero luego divide las ocho monedas
en dos partes iguales y le da una de ellas a su amigo.
Yañadió con entusiasmo:
- ¡Mac Allah! Este joven, aparte de parecerme un
sabio y habilísimo en los cálculos de Aritmética, es bueno
para el amigo y generoso para el compañero. Hoy mismo
será mi secretario.
- Poderoso Visir, dijo el Hombre que Calculaba, veo
que acabáis de realizar con 29 palabras, y con un total de
135 letras, la mayor alabanza que oí en mi vida, y yo, para
agradecéroslo tendré que emplear exactamente 58
palabras en las que figuran nada menos que 270 letras.
¡Exactamente el doble! ¡Que Allah os bendiga
eternamente y os proteja! ¡Seáis vos por siempre alabado!
La habilidad de mi amigo Beremiz llegaba hasta el
extremo, de contar las palabras y las letras del que hablaba,
y calcular las que iba utilizando en su respuesta para que
fueran exactamente el doble. Todos quedamos
maravillados ante aquella demostración de envidiable
talento.
CAPITULO V
De los prodigiosos cálculos efectuados por Beremiz
Samir, camino de la hostería “El Anade Dorado”, para
determinar el número exacto de palabras pronunciadas
en el transcurso de nuestro viaje y cuál el promedio de
las pronunciadas por minuto. Donde el Hombre que
Calculaba resuelve un problema y queda establecida la
deuda de un joyero.
Luego de dejar la compañía del jeque Nassair y del
visir Maluf, nos encaminamos a una pequeña hostería,
denominada “El Anade Dorado”, en la vecindad de la
mezquita de Solimán. Allí nuestros camellos fueron
vendidos a un chamir de mi confianza, que vivía cerca.
De camino, le dije a Beremiz:
- Ya ves, amigo mío, que yo tenía razón cuando dije que
un hábil calculador puede encontrar con facilidad un buen
empleo en Bagdad. En cuanto llegaste ya te pidieron que
aceptaras el cargo de secretario de un visir. No tendrás que
volver a la aldea de Khol, peñascosa y triste.
- Aunque aquí prospere y me enriquezca, me respondió
el calculador, quiero volver más tarde a Persia, para ver de
el calculador, quiero volver más tarde a Persia, para ver de
nuevo mi terruño, ingrato es quien se olvida de la patria y de
los amigos de la infancia cuando halla la felicidad y se
asienta en el oasis de la prosperidad y la fortuna.
Yañadió tomándome del brazo:
- Hemos viajado juntos durante ocho días exactamente.
Durante este tiempo, para aclarar dudas e indagar sobre
las cosas que me interesaban, pronuncié exactamente
414.720 palabras. Como en ocho días hay 11.520 minutos
puede deducirse que durante la jornada pronuncié una
media de 36 palabras por minuto, esto es 2.160 por hora.
Esos números demuestran que hablé poco, fui discreto y no
te hice perder tiempo oyendo discursos estériles. El
hombre taciturno, excesivamente callado, se convierte en un
ser desagradable; pero los que hablan sin parar irritan y
aburren a sus oyentes. Tenemos, pues, que evitar las
palabras inútiles, pero sin caer en el laconismo exagerado,
incompatible con la delicadeza. Y a tal respecto podré
narrar un caso muy curioso.
Y tras una breve pausa, el calculador me contó lo
siguiente:
- Había en Teherán, en Persia, un viejo mercader que
tenía tres hijos. Un día el mercader llamó a los jóvenes y les
dijo: “El que sea capaz de pasar el día sin pronunciar una
palabra inútil recibirá de mí un premio de veintitrés
timunes”.
Al caer de la noche los tres hijos fueron a presentarse
ante el anciano. Dijo el primero:
- Evité hoy ¡Oh, padre mío! Toda palabra inútil. Espero,
pues, haber merecido, según tu promesa, el premio
ofrecido. El premio, como recordarás sin duda, asciende a
veintitrés timunes.
El segundo se acercó al viejo, le besó las manos, y se
limitó a decir:
- ¡Buenas noches, padre!
El más joven no dijo una palabra. Se acercó al viejo y le
tendió la mano para recibir el premio. El mercader, al
observar la actitud de los tres muchachos, habló así:
- El primero, al presentarse ante mí, fatigó mi intención
con varias palabras inútiles; el tercero se mostró
exageradamente lacónico. El premio corresponde, pues, al
segundo, que fue discreto sin verbosidad, y sencillo sin
afectación.
YBeremiz, al concluir, me preguntó:
- ¿No crees que el viejo mercader obró con justicia al
juzgar a los tres hijos?
Nada respondí. Crei mejor no discutir el caso de los
veintitrés timunes con aquel hombre prodigioso que todo lo
reducía a números, calculaba promedios y resolvía
problemas.
Momentos después, llegamos al albergue del “Anade
Dorado”.
El dueño de la hostería se llamaba Salim y había sido
empleado de mi padre. Al verme gritó risueño:
- ¡Allah sobre ti!, pequeño. Espero tus órdenes ahora y
siempre.
Le dije que necesitaba un cuarto para mí y para mi
amigo Beremiz Samir, el calculador secretario del visir
Maluf.
- ¿Este hombre es calculador?, preguntó el viejo Salim.
Pues llega en el momento justo para sacarme de un apuro.
Acabo de tener una discusión con un vendedor de joyas.
Discutimos largo tiempo y de nuestra discusión resultó al fin
un problema que no sabemos resolver.
Informadas de que había llegado a la hostería un gran
calculador, varias personas se acercaron curiosas. El
vendedor de joyas fue llamado y declaró hallarse
interesadísimo en la resolución de tal problema.
- ¿Cuál es finalmente el origen de la duda? preguntó
Beremiz.
El viejo Salim contestó:
- Ese hombre -y señaló al joyero- vino de Siria para
vender joyas en Bagdad. Me prometió que pagaría por el
hospedaje 20 dinanes si vendía todas las joyas por 100
dinares, y 35 dinares si las vendía por 200.
Al cabo de varios días, tras andar de acá para allá,
acabó vendiéndolas todas por 140 dinares. ¿cuánto debe
pagar de acuerdo con nuestro trato por el hospedaje?
- ¡Veinticuatro dinares y medio! ¡Es lógico!, replicó el
sirio. Si vendiéndolas en 200 tenía que pagar 35, al
venderlas en 140 he de pagar 24 y medio… y quiero
demostrártelo:
Si al venderlas en 200 dinares debía pagarte 35, de
haberlas vendido en 20, -diez veces menos- lógico es que
solo te hubiera pagado 3 dinares y medio.
Mas, como bien sabes, las he vendido por 140
dinares. Veamos cuántas veces 140 contiene a 20. Creo
que siete, si es cierto mi cálculo. Luego, si vendiendo las
joyas en 20 debía pagarte tres dinares y medio, al haberlas
vendido en 140, he de pagarte un importe equivalente a
siete veces tres dinares y medio, o sea, 24 dinares y
medio.
Proporción establecida por el joyero
200: 35:: 140: x
- Estás equivocado, le contradijo irritado el viejo Salim;
según mis cuentas son veintiocho. Fíjate: si por 100 tenía
que recibir 20, por 140 he de recibir 28. ¡Está muy claro! Y
te lo demostraré.
Yel viejo Salim razonó del siguiente modo:
- Si por 100 iba a recibir 20, por 10 -que es la décima
parte de 100- me correspondería la décima parte de 20.
¿Cuál es la décima parte de 20? La décima parte de 20 es
2. Luego, por 10 tendría que recibir 2. ¿Cuántos 10
contiene 140) el 140 contiene 14 veces 10. Luego para 140
debo recibir 14 veces 2, que es igual a 28 como ya dije
anteriormente.
Proporción establecida por el viejo Salim
100: 20:: 140: x
Y el viejo Salim, después de todos aquellos cálculos
exclamó enérgico:
- ¡He de recibir 28! ¡Esta es la cuenta correcta!
- Calma, amigos míos, interrumpió el calculador; hay
que aclarar las dudas con serenidad y mansedumbre. La
precipitación lleva al error y a la discordia. Los resultados
que indicáis están equivocados, como probaré a
continuación.
Yexpuso el siguiente razonamiento:
- De acuerdo con el pacto que habéis hecho, tú, dijo
dirigiéndose al sirio, tenías que pagar 20 dinares por el
hospedaje si hubieras vendido las joyas por 100 dinares,
mas si hubieras percibido 200 dinares, debías abonar 35.
Así, pues, tenemos:
Precio de venta…Coste del hospedaje
200………………………. 35
100………………………. 20
100………………………. 15
Fijaos en que una diferencia de 100 en el precio de
venta corresponde a una diferencia de 15 en el precio del
hospedaje. ¿Está claro?
- ¡Claro como la leche de camella!, asintieron ambos
litigantes.
- Entonces, prosiguió el calculador, si el aumento de
100 en la venta supone un aumento de 15 en el hospedaje,
yo pregunto: ¿cuál será el aumento del hospedaje cuando la
venta aumenta en 40? Si la diferencia fuera 20 -que es un
quinto de 100- el aumento del hospedaje sería 3 -pues 3 es
un quinto de 15-. Para la diferencia de 40 -que es el doble
de 20- el aumento de hospedaje habrá de ser 6. El pago
que corresponde a 140 es, en consecuencia, 25 dinares.
Amigos míos, los números, en la simplicidad con que
se presentan, deslumbran incluso a los más avisados.
Proporción establecida por el Beremiz
100: 15::140: x
Las proporciones que nos parecen perfectas están a
veces falseadas por el error. De la incertidumbre de los
cálculos resulta el indiscutible prestigio de la Matemática.
Según los términos del acuerdo, el señor habrá de pagarte
26 dinares y no 24 y medio como creía al principio. Hay aún
en la solución final de este problema, una pequeña
diferencia que no debe ser apurada y cuya magnitud no
puedo expresar numéricamente.
- Tiene el señor toda la razón, asintió el joyero;
reconozco que mi cálculo estaba equivocado.
Y sin vacilar sacó de la bolsa 26 dinares y se los
entregó al viejo Salim, ofreciendo como regalo al agudo
Beremiz un bello anillo de oro con dos piedras oscuras, y
añadiendo a la dádiva las más afectuosas expresiones.
Todos los que se hallaban en la hostería se admiraron
de la sagacidad del calculador, cuya fama crecía de hora en
hora y se acercaba a grandes pasos al alminar del triunfo.
CAPITULO VI
De lo que sucedió durante nuestra visita al visir Maluf.
De nuestro encuentro con el poeta Iezid, que no creía
en los prodigios del cálculo. El Hombre que Calculaba
cuenta de manera original los camellos de una
numerosa cáfila. La edad de la novia y un camello sin
oreja. Beremiz descubre la “amistad cuadrática” y
habla del rey Salomón.
Después de la segunda oración dejamos la hostería
de “El Anade Dorado” y seguimos a paso rápido hacia la
residencia del visir Ibrahim Maluf, ministro del rey.
Al entrar en la rica morada del noble musulmán quedé
realmente maravillado.
Cruzamos la pesada puerta de hierro y recorrimos un
estrecho corredor, siempre guiados por un esclavo negro
gigantesco, ornado con unos brazaletes de oro, que nos
condujo hasta el soberbio y espléndido jardín interior del
palacio.
Este jardín, construido con exquisito gusto, estaba
sombreado por dos hileras de naranjos. Al jardín se abrían
varias puertas, algunas de las cuales debían dar acceso al
varias puertas, algunas de las cuales debían dar acceso al
harén del palacio. Dos esclavas kafiras que se hallaban
entretenidas cogiendo flores, corrieron al vernos, a
refugiarse entre los macizos de flores y desaparecieron tras
las columnas.
Desde el jardín, que me pareció alegre y gracioso, se
pasaba por una puerta estrecha, abierta en un muro
bastante alto, al primer patio de la bellísima vivienda. Digo
el primero porque la residencia disponía de otro en el ala
izquierda del edificio.
En medio de ese primer patio, cubierto de espléndidos
mosaicos, se alzaba una fuente de tres surtidores. Las tres
curvas líquidas formadas en el espacio brillaban al sol.
Atravesamos el patio y, siempre guiados por el esclavo
de los brazaletes de oro, entramos en el palacio. Cruzamos
varias salas ricamente alhajadas con tapicerías bordadas
con hilo de plata y llegamos por fin al aposento en que se
hallaba el prestigioso ministro del rey.
Lo encontramos recostado en grandes cojines,
charlando con dos amigos.
Uno de ellos -luego lo reconocí- era el jeque Salem
Nassair, nuestro compañero de aventuras del desierto; el
otro era un hombre bajo, de rostro redondo, expresión
bondadosa y barba ligeramente gris, iba vestido con un
gusto exquisito y llevaba en el pecho, una medalla de forma
rectangular, con una de sus mitades amarilla como el oro y
la otra oscura como el bronce.
El visir Maluf nos recibió con demostraciones de viva
simpatía, y dirigiéndose al hombre de la medalla, dijo
risueño:
- Ahí tiene, mi querido Iezid, a nuestro gran calculador.
El joven que le acompaña es un bagdalí que lo descubrió
por azar cuando iba por los caminos de Allah.
Dirigimos un respetuoso salam al noble jeque. Mas
tarde supimos que el que les acompañaba era el famoso
poeta Iezid Abdul Hamid, amigo y confidente del califa AlMotacén.
Aquella medalla singular la había recibido como
premio de manos del Califa, por haber escrito un poema
con treinta mil doscientos versos sin emplear ni una sola
vez las letras Kaf, Kam y Ayn.
- Me cuesta trabajo creer, amigo Maluf, declaró en tono
risueño el poeta Iezid, en las hazañas prodigiosas de este
calculador persa. Cuando los números se combinan,
aparecen también los artificios de los cálculos y las
sutilezas algebraicas. Al rey El-Harit, hijo de Modad, se
presentó cierto día un mago que afirmaba podía leer en la
arena el destino de los hombres. “¿Hace usted cálculos
exactos?”, le preguntó el rey. Y antes de que el mago
despertase del estupor en que se hallaba, el monarca
añadió: “Si no sabe calcular, de nada valen sus previsiones;
si las obtiene por cálculo, dudo mucho de ellas”. Aprendí en
la India un proverbio que dice:
“Hay que desconfiar siete veces del cálculo y cien
veces del matemático”.
Para poner fin a esta desconfianza -sugirió el Visir-,
vamos a someter a nuestro huésped a una prueba decisiva.
Y diciendo eso se alzó del cómodo cojín y cogiendo
delicadamente a Beremiz por el brazo lo llevó ante uno de
los miradores de palacio.
Se abría el mirador hacia el segundo patio lateral, lleno
en aquel momento de camellos. ¡Qué maravillosos
ejemplares! Casi todos parecían de buena raza, pero ví de
pronto dos o tres camellos blancos, de Mongolia, y varios
carehs de pelo claro.
- Ahí tienes, dijo el visir, una bella recua de camellos
que compré ayer y que quiero enviar como presente al
padre de mi novia. Sé exactamente, sin error, cuántos son.
¿Podrías indicarme su número?
Y el visir, para hacer más interesante la prueba, dijo en
secreto, al oído de su amigo Iezid, el número total de
animales que había en el abarrotado corral.
Yo me asusté ante el caso. Los camellos eran muchos
y se confundían en una agitación constante. Si mi amigo
cometiera un error de cálculo, nuestra visita al visir habría
fracasado lastimosamente. Pero después de recorrer con
la mirada aquella inquieta cáfila, el inteligente Beremiz dijo:
- Señor Visir: según mis cálculos hay ahora en este
patio 257 camellos.
- ¡Exactamente! confirmó el visir. ¡Acertó!; el total es
realmente 257. ¡Kelimet-Uallah!
- ¿Y cómo logró contarlos tan de prisa y con tanta
exactitud? preguntó con curiosidad incontenible el poeta
Iezid.
- Muy sencillamente, explicó Beremiz; contar los
camellos uno por uno sería a mi ver tarea sin interés, una
bagatela sin importancia. Para hacer más interesante el
problema procedí de la siguiente forma: conté primero
todas las patas y luego las orejas. Encontré de este modo
un total de 1.541. a ese total añadí y dividí el resultado por
6. Hecha esta pequeña división encontré el cociente exacto:
257.
- ¡Por la gloria de la Caaba!, exclamó el visir con
alegría. ¡Qué original y fabuloso es todo esto! ¡Quién iba a
imaginarse que este calculador, para complicar el problema
y hacerlo más interesante, iba a contar las patas y las
orejas de 257 camellos!
Yrepitió con sincero entusiasmo:
- ¡Por la gloria de la Caaba!
- He de aclarar, señor visir, añadió Beremiz que los
cálculos se hacen a veces complicados y difíciles por
descuido o falta de habilidad de quien calcula. Una vez, en
Khoi, en Persia, cuando vigilaba el rebaño de mi amo, pasó
por el cielo una bandada de mariposas. Un pastor, a mi
lado, me preguntó si podría contarlas. “¡Hay ochocientas
cincuenta y seis!” respondí. “¿Ochocientas cincuenta y
seis?”, exclamó mi compañero como si hallara exagerado
aquel total. Sólo entonces me di cuenta de que por error
había contado, no las mariposas, sino las alas. Hecha la
correspondiente división por dos, encontré al fin el resultado
cierto.
Al oír el relato de este caso el visir soltó una sonora
carcajada que sonó a mis oídos como música deliciosa.
- En todo esto, dijo muy serio el poeta Iezid, hay una
particularidad que escapa a mi raciocinio. La división por 6
es aceptable, pues cada camello tiene 4 patas y 2 orejas y
la suma 4 + 2 es igual a 6. Luego, dividiendo el total hallado
-suma de patas y orejas de todos los camellos- o sea 1.541
por 6, obtendremos el número de camellos. No comprendo
sin embargo, porque añadió un 1 al total antes de dividirlo
por seis.
- Nada más sencillo, respondió Beremiz. Al contar las
orejas noté que uno de los camellos tenía un pequeño
defecto: le faltaba una oreja.
Para que la cuenta fuera exacta había que sumar 1 al
total.
Yvolviéndose al visir, le preguntó:
- ¿Sería indiscreción o imprudencia por mi parte
preguntaros. ¡Oh Visir! Cuántos años tiene la que ha de ser
vuestra esposa?
- De ningún modo, respondió sonriente el ministro.
Astir tiene 16 años.
Y añadió subrayando sus palabras con un ligero tono
de desconfianza:
- Pero no veo relación alguna, señor calculador, entre la
edad de mi novia y los camellos que voy a ofrecer como
presente a mi futuro suegro…
- Sólo deseaba, reflexionó Beremiz hacerle una
pequeña sugerencia. Si retira usted de la cáfila el camello
defectuoso el total será 256. Y 256 es el cuadrado de 16,
esto es, 16 veces 16. El presente ofrecido al padre de la
encantadora Astir tendrá de este modo una perfección
matemática, al ser el número total de camellos igual al
cuadrado de la edad de la novia. Además, el número 256
es potencia exacta del número 2 -que para los antiguos era
un número simbólico-, mientras que el número 257 es
primo. Estas relaciones entre los números cuadrados son
de buen augurio para los enamorados. Hay una leyenda
muy interesante sobre los “números cuadrados”. ¿Deseáis
oírla?
- Con mucho gusto, respondió el visir. Las leyendas
famosas cuando están bien narradas son un placer para
mis oídos y siempre estoy dispuesto a escucharlas.
Tras oír las palabras lisonjeras del visir, el calculador
inclinó la cabeza con gesto de gratitud, y comenzó:
- Se cuenta que el famoso rey Salomón, para
demostrar la finura y sabiduría de su espíritu, dio a su
prometida, la reina de Saba -la hermosa Belquisa- una caja
con 529 perlas. ¿Por qué 529? Se sabe que 529 es igual a
23 multiplicado por 23. Y 23 era exactamente la edad de la
reina. En el caso de la joven Astir, el número 256 sustituirá
con mucha ventaja al 529.
Todos miraron con cierto espanto al calculador. Y éste,
con tono tranquilo y sereno, prosiguió:
- Vamos a sumar las cifras de 256. Obtenemos la
suma 13. El cuadrado de 13 es 169. Vamos a sumar las
cifras de 169. Dicha suma es 16. Existe en consecuencia
entre los números 13 y 16 una curiosa relación que podría
ser llamada “amistad cuadrática”. Realmente, si los
números hablaran, podríamos oír el siguiente diálogo. El
Dieciséis diría al Trece:
“-Quiero rendirte un homenaje de amistad, amigo. Mi
cuadrado es 256 y la suma de los guarismos de ese
cuadrado es 13.
“Yel Trece respondería:
“-Agradezco tu gentileza, querido amigo, y quiero
corresponder en la misma moneda. Mi cuadrado es 169 y
la suma de los guarismos de ese cuadrado es 16”.
Me parece que justifiqué cumplidamente la preferencia
que debemos otorgar al número 256, que excede por sus
singularidades al número 257.
- Es curiosa su idea, dijo de pronto el visir, y voy a
ejercitarla aunque pese sobre mí la acusación de plagiar al
gran Salomón.
Ydirigiéndose al poeta Iezid, le dijo:
- Veo que la inteligencia de este calculador no es
menor que su habilidad para descubrir analogías e inventar
leyendas. Muy acertado estuve cuando decidí convertirlo en
mi secretario.
- siento tener que deciros, ilustre Mirza, replicó
Beremiz, que solo podré aceptar su honroso ofrecimiento si
hay aquí también lugar para mi amigo Hank-Tadé-Maiá, el
bagdalí, que está ahora sin trabajo y sin recursos.
Quedé encantado con la delicada gentileza del
calculador. Procuraba, de este modo, atraer a mi favor la
valiosa protección de poderoso visir.
- Muy justa es tu petición, condescendió el visir. Tu
compañero Hank-Tadé-Maiá, quedará ejerciendo aquí las
funciones de “escriba” con el sueldo que le corresponde.
Acepté sin vacilar la propuesta, y expresé luego al visir
y también al bondadoso Beremiz mi reconocimiento.
CAPITULO VII
De nuestra visita al zoco de los mercaderes. Beremiz y
el turbante azul. El caso de “los cuatro cuatros”. El
problema de los cincuenta dinares. Beremiz resuelve el
problema y recibe un bellísimo obsequio.
Días después, terminado nuestro trabajo diario en el
palacio del visir, fuimos a dar un paseo por el zoco y los
jardines de Bagdad.
La ciudad presentaba aquella tarde un intenso
movimiento, febril y fuera de lo común. Aquella misma
mañana habían llegado a la ciudad dos ricas caravanas de
Damasco.
La llegada de las caravanas era siempre un
acontecimiento puesto que era el único medio de conocer
lo que se producía en otras regiones y países. Su función
era, además, doble por lo que respecta al comercio porque
eran a la vez que vendedores, compradores de los artículos
propios del país que visitaban. Las ciudades con tal motivo,
tomaban un aspecto inusitado, lleno de vida.
En el bazar de los zapateros, por ejemplo, no se podía
entrar, había sacos y cajas con mercancías amontonadas
entrar, había sacos y cajas con mercancías amontonadas
en los patios y estanterías. Forasteros damascenos, con
inmensos y abigarrados turbantes, ostentando sus armas
en la cintura, caminaban descuidados mirando con
indiferencia a los mercaderes. Se notaba un olor fuerte a
incienso, a kif y a especias. Los vendedores de legumbres
discutían, casi se agredían, profiriendo tremendas
maldiciones en siríaco.
Un joven guitarrista de Moscú, sentado en unos sacos,
cantaba una tonada monótona y triste:
Qué importa la vida de la gente
si la gente, para bien o para mal,
va viviendo simplemente
su vida.
Los vendedores, a la puerta de sus tiendas,
pregonaban las mercancías exaltándolas con elogios
exagerados y fantásticos, con la fértil imaginación de los
árabes.
- Este tejido, miradlo. ¡Digno del Emir…!
- ¡Amigos; ahí tenéis un delicioso perfume que os
recordará el cariño de la esposa…!
- Mira, ¡Oh jeque!, estas chinelas y este lindo caftán
que los djins recomiendan a los ángeles.
Se interesó Beremiz por un elegante y armonioso
turbante azul claro que ofrecía un sirio medio corcovado,
por 4 dinares. La tienda de este mercader era además muy
original, pues todo allí -turbantes, cajas, puñales, pulseras,
etc.- era vendido a 4 dinares. Había un letrero que decía
con vistosas letras:
LOS CUATRO CUATROS
Al ver a Beremiz interesado en comprar el turbante
azul, le dije:
- Me parece una locura ese lujo. Tenemos poco dinero,
y aún no pagamos la hostería.
- No es el turbante lo que interesa, respondió Beremiz.
Fíjate en que esta tienda se llama “Los cuatro cuatros”. Es
una coincidencia digna de la mayor atención.
- ¿Coincidencia? ¿Por qué?
- La inscripción de ese cartel recuerda una de las
maravillas del Cálculo: empleando cuatro cuatros podemos
formar un número cualquiera…
Y antes de que le interrogara sobre aquel enigma,
Beremiz explicó mientras escribía en la arena fina que
cubría el suelo:
- ¿Quieres formar el cero? Pues nada más sencillo.
Basta escribir:
44 - 44
Ahí tienes los cuatro cuatros formando una expresión
que es igual a cero.
Pasemos al número 1. Esta es la forma más cómoda
Esta fracción representa el cociente de la división de
44 por 44. Yeste cociente es 1.
¿Quieres ahora el número 2? Se pueden utilizar
fácilmente los cuatro cuatros y escribir:
La suma de las dos fracciones es exactamente igual a
2. El tres es más difícil. Basta escribir la expresión:
2. El tres es más difícil. Basta escribir la expresión:
Fíjate en que la suma es doce; dividida por cuatro da
un cociente de 3. Así pues, el tres también se forma con
cuatro cuatros.
- ¿Ycómo vas a formar el número 4? -le pregunté-.
- Nada más sencillo -explicó Beremiz-; el 4 puede
formarse de varias maneras diferentes. He ahí una
expresión equivalente a 4.
Observa que el segundo término
es nulo y que la suma es igual a 4. La expresión escrita
equivale a:
4 + 0, o sea 4.
Me di cuenta de que el mercader sirio escuchaba
atento, sin perder palabra, la explicación de Beremiz, como
si le interesaran mucho aquellas expresiones aritméticas
formadas por cuatro cuatros.
Beremiz prosiguió:
- Quiero formar por ejemplo el número 5. No hay
dificultad. Escribiremos:
Esta fracción expresa la división de 20 por 4. Y el
cociente es 5. De este modo tenemos el 5 escrito con
cuatro cuatros.
Pasemos ahora al 6, que presenta una forma muy
elegante:
Una pequeña alteración en este interesante conjunto
lleva al resultado 7.
Es muy sencilla la forma que puede adoptarse para el
número 8 escrito con cuatro cuatros:
4 + 4 + 4 - 4
El número 9 también es interesante:
Y ahora te mostraré una expresión muy bella, igual a
10, formada con cuatro cuatros:
En este momento, el jorobado, dueño de la tienda, que
había seguido las explicaciones de Beremiz con un silencio
respetuoso, observó:
- Por lo que acabo de oír, el señor es un eximio
matemático. Si es capaz de explicarme cierto misterio que
hace dos años encontré en una suma, le regalo el turbante
azul que quería comprarme. Yel mercader narró la siguiente
historia:
Presté una vez 100 dinares, 50 a un jeque de Medina y
otros 50 a un judío de El Cairo.
El medinés pagó la deuda en cuatro partes, del
siguiente modo: 20, 15, 10 y 5, es decir:
Pagó…20…y quedó debiendo…30
Pagó…15…y quedó debiendo…15
Pagó…10…y quedó debiendo…..5
Pagó…..5…y quedó debiendo…..0
Suma…50…………………….Suma….50
Fíjese, amigo mío, que tanto la suma de las cuantías
pagadas como la de los saldos deudores, son iguales a 50.
El judío cairota pagó igualmente los 50 dinares en
cuatro plazos, del siguiente modo:
Pagó…20…y quedó debiendo…30
Pagó…18…y quedó debiendo…12
Pagó…..3…y quedó debiendo…..9
Pagó…..9…y quedó debiendo…..0
Suma…50…………………….Suma….51
Conviene observar ahora que la primera suma es 50 -
como en el caso anterior-, mientras la otra da un total de 51.
Aparentemente esto no debería suceder.
No sé explicar esta diferencia de 1 que se observa en
la segunda forma de pago. Ya sé que no quedé
perjudicado, pues recibí el total de la deuda, pero, ¿cómo
justificar el que esta segunda suma sea igual a 51 y no a 50
como en el primer caso?
- Amigo mío, explicó Beremiz, esto se explica con
pocas palabras. En las cuentas de pago, los saldos
deudores no tienen relación ninguna con el total de la
deuda. Admitamos que la deuda de 50 fuera pagada en
tres plazos, el primero de 10; el segundo de 5; y el tercero
de 35. La cuenta con los saldos sería:
Pagó…10…y quedó debiendo…40
Pagó…..5…y quedó debiendo…35
Pagó…35...y quedó debiendo…..0
Suma…50…………………….Suma….75
En este ejemplo, la primera suma sigue siendo 50,
mientras la suma de los saldos es, como véis, 75; podía ser
80, 99, 100, 260, 800 o un número cualquiera. Sólo por
casualidad dará exactamente 50, como en el caso del
jeque, o 51, como en el caso del judío.
El mercader quedó muy satisfecho por haber
entendido la explicación de Beremiz, y cumplió la promesa
ofreciendo al calculador el turbante azul que valía cuatro
dinares.
CAPITULO VIII
Donde Beremiz diserta sobre las formas geométricas.
De nuestro feliz encuentro con el jeque Salem Nassair
y con sus amigos los criadores de ovejas. Beremiz
resuelve el problema de las veintiuna vasijas y otro
que causa el asombro de los mercaderes. Cómo se
explica la desaparición de un dinar de una cuenta de
treinta.
Se mostró Beremiz satisfechísimo al recibir el bello
presente del mercader sirio.
- Está muy bien hecho, dijo dando la vuelta al turbante y
mirándolo cuidadosamente por un lado y por otro. Tiene sin
embargo un defecto, en mi opinión, que podría ser evitado
fácilmente. Su forma no es rigurosamente geométrica.
Lo miré sin poder esconder mi sorpresa. Aquel
hombre, aquel original calculador, tenía la manía de
transformar las cosas más vulgares hasta el punto de dar
forma geométrica incluso a los turbantes de los
musulmanes.
- No se sorprenda, amigo mío, prosiguió el inteligente
persa, de que quiera turbantes en formas geométricas. La
persa, de que quiera turbantes en formas geométricas. La
Geometría está en todas partes. Fíjese en las formas
regulares y perfectas que presentan muchos cuerpos. Las
flores, las hojas e incontables animales revelan simetrías
admirables que deslumbran nuestro espíritu.
La Geometría, repito, existe en todas partes: en el
disco solar, en las hojas, en el arco iris, en la mariposa, en
el diamante, en la estrella de mar y hasta en un diminuto
grano de arena. Hay, en fin, una infinita variedad de formas
geométricas extendidas por la naturaleza. Un cuervo que
vuela lentamente por el cielo, describe con la mancha negra
de su cuerpo figuras admirables. La sangre que circula por
las venas del camello no escapa tampoco a los rigurosos
principios geométricos, ya que sus glóbulos presentan la
singularidad -única entre los mamíferos- de tener forma
elíptica; la piedra que se tira al chacal importuno dibuja en
el aire una curva perfecta, denominada parábola; la abeja
construye sus panales con la forma de prismas
hexagonales y adopta esta forma geométrica, creo yo, para
obtener su casa con la mayor economía posible de
material.
La Geometría existe, como dijo el filósofo, en todas
partes. Es preciso, sin embargo, tener ojos para verla,
inteligencia para comprenderla y alma para admirarla.
El rudo beduino ve las formas geométricas, pero no las
entiende; el sunita las entiende, pero no las admira; el
artista, en fin, ve a la perfección las figuras, comprende la
Belleza, y admira el Orden y la Armonía. Dios fue el Gran
Geómetra. Geometrizó el Cielo y la Tierra.
Existe en Persia una planta muy apreciada como
alimento por los camellos y las ovejas, y cuya simiente…
Y siempre discurriendo, con entusiasmo, sobre la
multitud de bellezas que encierra la Geometría, fue Beremiz
caminando por la extensa y polvorienta carretera que va del
Zoco de los Mercaderes al Puente de la Victoria. Yo lo
acompañaba en silencio, embebido en sus curiosas
enseñanzas.
Después de cruzar la Plaza Musaén, también llamada
Refugio de los Camelleros, avistamos la bella Hostería de
las Siete Penas, muy frecuentada en los días calurosos por
los viajeros y beduinos llegados de Damasco y de Mosul.
La parte mas pintoresca de esa Hostería de las Siete
Penas era su patio interior, con buena sombra para los días
de verano, y cuyas paredes estaban totalmente cubiertas
de plantas de colores traídas de las montañas del Líbano.
Allí se vivía en un ambiente de comodidad y de reposo.
En un viejo cartel de madera, junto al que los beduinos
amarraban sus camellos, se podía leer:
“HOSTERIA DE LAS SIETE PENAS”
- ¡Siete Penas!, murmuró Beremiz observando el
cartel. ¡Es curioso! ¿Conoces por casualidad al dueño de
esta hostería?
- Lo conozco muy bien, respondí. Es un viejo cordelero
de Trípoli cuyo padre sirvió en las tropas del sultánQueruán.
Le llaman “El Tripolitano”. Es bastante estimado, por su
carácter sencillo y comunicativo. Es hombre honrado y
acogedor. Dicen que fue al Sudán con una caravana de
aventureros sirios y trajo de tierras africanas cinco esclavos
negros que le sirven con increíble fidelidad. Al regresar del
Sudán dejó su oficio de cordelero y montó esta hostería,
siempre auxiliado por los cinco esclavos.
- Con esclavos o sin esclavos, replicó Beremiz ese
hombre, el Tripolitano, debe de ser bastante original. Puso
en su hostería el número siete para formar el nombre, y el
siete fue siempre, para todos los pueblos: musulmanes,
cristianos, judíos, idólatras o paganos, un número sagrado,
por ser la suma del número “tres” -que es divino- y el
número “cuatro”- que simboliza el mundo material. Y de esa
relación resultan numerosas vinculaciones entre elementos
cuyo total es “siete”.
Siete las puertas del infierno;
Siete los días de la semana;
Siete los sabios de Grecia;
Siete los cielos que cubren el Mundo;
Siete los planetas;
Siete las maravillas del mundo.
E iba a proseguir el elocuente calculador con sus
extrañas observaciones sobre el número sagrado, cuando
vimos a la puerta de la hostería, a nuestro buen amigo, el
jeque Salem Nasair, que repetidamente nos llamaba con un
gesto de la mano.
- Muy feliz me siento por haberte hallado ahora. ¡Oh
Calculador!, dijo risueño el jeque cuando nos acercamos a
él. Tu llegada es providencial, no solo para mí, sino también
para estos tres amigos que están aquí en la hostería.
Yañadió, con simpatía y visible interés.
- ¡Pasad! ¡Venid conmigo, que el caso es muy difícil!
Nos hizo seguirle por el interior de la hostería a través
de un corredor sumido en la penumbra, húmedo, hasta que
llegamos al patio interior, acogedor y claro. Había allí cinco
o seis mesas redondas. Junto a una de estas mesas se
hallaban tres viajeros.
Los hombres, cuando el jeque y el Calculador se
aproximaron a ellos, levantaron la cabeza e hicieron el
salam. Uno de ellos parecía muy joven; era alto, delgado,
de ojos claros y ostentaba un bellísimo turbante amarillo
como la yema del huevo, con una barra blanca donde
lanzaba destellos una esmeralda de rara belleza; los otros
dos eran bajos, de anchas espaldas y tenían la piel oscura,
como los beduinos de África.
Se diferenciaban de los demás tanto por su aspecto
como por sus vestidos. Estaban absortos en una discusión
que a juzgar por los ademanes era enconada como ocurre
cuando la solución al problema es difícil de hallar.
El jeque dirigiéndose a los tres musulmanes, dijo:
- ¡Aquí tenemos al eximio Calculador!
Luego señalando a éstos añadió:
- ¡Aquí están mis tres amigos! Son criadores de
carneros y vienen de Damasco. Se les plantea ahora uno
de los más curiosos problemas que haya visto en mi vida.
Es el siguiente:
Como pago de un pequeño de lote de carneros
recibieron aquí en Bagdad, una partida de vino excelente,
envasado en 21 vasijas iguales, de las cuales se hallan:
7 llenas
7 mediadas
7 vacías
Quieren ahora repartirse estas 21 vasijas de modo que
cada una de ellos reciba el mismo número de vasijas y la
misma cantidad de vino.
Repartir las vasijas es fácil. Cada uno se quedará con
siete. La dificultad está, según entiendo, en repartir el vino
sin abrir las vasijas; es decir, dejándolas exactamente
como están. ¿Será posible, ¡oh Calculador!, hallar una
solución satisfactoria a este problema?
Beremiz, después de meditar en silencio durante dos o
tres minutos, respondió:
- El reparto de las 21 vasijas podrá hacerse, ¡oh jeque!
sin grandes cálculos. Voy a indicarle la solución que me
parece más sencilla. Al primer socio le corresponderán:
2 vasijas llenas;
1 mediada
3 vacías.
Recibirá así un total de 7 vasijas.
Al segundo socio le corresponderán:
2 vasijas llenas;
3 mediadas;
2 vacías.
Recibirá así también siete vasijas.
La parte que corresponderá al tercero será igual a la
del segundo, esto es:
2 vasijas llenas;
3 mediadas;
2 vacías.
Según la división que acabo de indicar cada socio
recibirá 7 vasijas e igual cantidad de vino. En efecto:
Llamemos 2 -dos- a la porción de vino de una vasija llena, y
1 a la porción de vino de la vasija mediada.
El primer socio recibirá, de acuerdo con la división:
2 + 2 + 2 + 1
y esa suma es igual a siete unidades de vino.
Cada uno de los otros dos socios recibirán:
2 + 2 + 1 + 1 + 1
y esa suma es también igual a 7 unidades de vino.
Esto viene a robar que la división que he sugerido es
cierta y justa. El problema, que en apariencia es
complicado, no ofrece la mayor dificultad en cuanto a su
resolución numérica.
La solución presentada por Beremiz fue recibida con
mucho agrado, no solo por el jeque, sino también por sus
amigos damacenos.
Exposición gráfica de la resolución del Problema de
las Veintiuna Vasijas. La primera hilera está constituida
por las siete vasijas llenas, la segunda por las siete
vasijas medianas y la tercera por las siete vasijas vacías.
La partición propuesta deberá efectuarse siguiendo las
líneas punteadas.
- ¡Por Allah!, exclamó el joven de la esmeralda. ¡Ese
calculador es prodigioso! Resolvió en un momento un
problema que nos parecía dificilísimo.
Y volviéndose al dueño de la hostería, preguntó en tono
muy amistoso:
- Oye, Tripolitano. ¿Cuánto hemos gastado aquí, en
esta mesa?
Respondió el interpelado:
- El gasto total, con la comida, fue de treinta dinares.
El jeque Nasair deseaba pagar él solo la cuenta, pero
los damacenos se negaron a que lo hiciera, entablándose
una pequeña discusión, un cambio de gentilezas, en el que
todos hablaban y protestaban al mismo tiempo. Al final se
decidió que el jeque Nasair, que había sido invitado a la
reunión, no contribuiría al gasto. Y cada uno de los
damascenos pagó diez dinares. La cuenta total de 30
dinares fue entregada a un esclavo sudanés y llevada al
Tripolitano.
Al cabo de un momento volvió el esclavo y dijo:
- El patrón me ha dicho que se equivocó. El gasto
asciende a 25 dinares. Me ha dicho, pues, que les devuelva
estos cinco.
- Ese Tripolitano, observó Nasair, es honrado, muy
honrado.
Y tomando las cinco monedas que habían sido
devueltas, dio una a cada uno de los damascenos y así de
las cinco monedas sobraron dos. Después de consultar con
una mirada a los damascenos, el jeque las entregó como
propina al esclavo sudanés que había servido el almuerzo.
En este momento el joven de la esmeralda se levantó, y
dirigiéndose muy serio a los amigos, habló así:
- Con este asunto del pago de los treinta dinares de
gasto nos hemos armado un lío mayúsculo.
- ¿Un lío? No hay ningún lío, se asombró el jeque. No
veo por dónde…
- Sí, confirmó el damasceno. Un lío muy serio y un
problema que parece absurdo. Desapareció un dinar.
Fíjense. Cada uno de nosotros pagó en realidad solo 9
dinares. Somos tres: en consecuencia el pago total fue de
27 dinares. Sumando esos 27 dinares a los dos de la
propina que el jeque ha dado al esclavo sudanés, tenemos
29 dinares. De los 30 que le fueron dados al Tripolitano,
solo aparecen, 29. ¿Dónde está, pues, el otro dinar?
¿Cómo desapareció? ¿Qué misterio es éste?
El jeque Nasair, al oír aquella observación, reflexionó:
- Es verdad, damasceno. A mi ver, tu raciocinio es
cierto. Tienes razón. Si cada uno de los amigos pagó 9
dinares, hubo un total de 27 dinares; con los 2 dinares
dados al esclavo, resulta un total de 29 dinares. Para 30 -
total del pago inicial- falta uno. ¿Cómo explicar este
misterio?
En este momento, Beremiz, que se mantenía en
silencio, intervino en el debate y dijo dirigiéndose al jeque:
- Está equivocado, jeque. La cuenta no se debe hacer
de ese modo. De los treinta dinares pagados al Tripolitano
por la comida, tenemos:
25 para el Tripolitano
2 devueltos
2 propina al esclavo sudanés.
No desapareció nada y no puede haber el menor lío en
una cuenta tan sencilla. En otras palabras: De los 27
dinares pagados -9 veces 3-, 25 quedaron con el
Tripolitano y 2 fueron la propina del sudanés.
Los damascenos al oír la explicación de Beremiz,
prorrumpieron en estrepitosas carcajadas.
- ¡Por los méritos del Profeta!, exclamó el que parecía
más viejo. Este Calculador acabó con el misterio del dinar
desaparecido y salvó el prestigio de esta vieja hostería…
¡allah!
CAPITULO IX
Donde se narran las circunstancias y los motivos de la
honrosa visita que nuestro amigo el jeque Iezid, el
Poeta, se dignara hacernos. Extraña consecuencia de
las previsiones de un astrólogo. La mujer y las
Matemáticas. Beremiz es invitado a enseñar
Matemáticas a una hermosa joven. Situación singular
de la misteriosa alumna. Beremiz habla de su amigo y
maestro, el sabio Nô-Elim.
En el último día del Moharra, al caer la noche, vino a
buscarnos a la hostería el prestigioso Iezid-Abdul-Hamid,
amigo y confidene del Califa.
- ¿Algún nuevo problema a resolver, jeque?, preguntó
sonriente Beremiz.
- ¡Lo has adivinado, amigo mío!, respondió nuestro
visitante. Me encuentro ante un serio problema. Tengo una
hija llamada Telassim, dotada de viva inteligencia y de
acentuada inclinación a los estudios. Cuando Telassim
nació, consulté a un astrólogo famoso que sabía desvelar el
futuro mediante la observación de las nubes y las estrellas.
El mago me dijo que mi hijo viviría feliz hasta los 18 años. A
partir de esta edad, se vería amenazada por una serie de
partir de esta edad, se vería amenazada por una serie de
lamentables desgracias. Pero había no obstante un medio
de evitar que la infelicidad viniera a turbar tan hondamente
su destino. Telassim -dijo el mago- debería aprender las
propiedades de los números y las múltiples operaciones
que con ellos se efectúan. Pero para dominar los números y
hacer cálculos, es preciso conocer la ciencia de Al
Kharismi, esto es la Matemática. Decidí pues asegurarle a
Telassim un futuro feliz haciéndole estudiar los misterios del
Cálculo y de la Geometría.
El generoso jeque hizo una ligera pausa y prosiguió
luego:
- Busqué varios ulemas de la corte, pero no logré
encontrar ni uno que se viera capaz de enseñar Geometría
a una joven de 17 años. Uno de ellos dotado sin embargo
de gran talento, intentó incluso disuadirme de mi propósito:
“Quién intentara enseñar a cantar a una jirafa -me dijocuyas
cuerdas vocales son incapaces de producir el menor
ruido, perdería lamentablemente el tiempo y haría un trabajo
inútil. La jirafa jamás cantará. Y el cerebro femenino -me
dijo el daroes- es incompatible con las más sencillas
nociones de Cálculo y de Geometría. Esta incomparable
ciencia se basa en el raciocinio, en el empleo de fórmulas y
en la aplicación de principios demostrables con los
poderosos recursos de la Lógica y de las proporciones.
¿Cómo va a poder una muchacha encerrada en el harén de
su padre aprender las fórmulas del álgebra y los teoremas
de la Geometría? ¡Nunca! Es más fácil para una ballena ir a
La Meca en peregrinación que para una mujer aprender
Matemáticas. ¿Para qué luchar contra lo imposible?
¡Maktub! “Si la desgracia ha de caer sobre nosotros,
hágase la voluntad de Allah…”
El jeque, muy serio, se levantó de su cojín y caminó
cinco o seis pasos hacia un lado y otro. Luego prosiguió
con melancolía aún mayor.
- El desánimo, el gran corruptor, se apoderó de mi
espíritu al oír estas palabras. No obstante, yendo un día a
visitar a mi buen amigo Salem Nasair, el mercader, oí
elogiosas referencias sobre el nuevo calculador persa que
había llegado a Bagdad. Me habló del episodio de los ocho
panes. El caso, narrado con todo detalle, me impresionó
profundamente. Procuré conocer el calculador de los ocho
panes y fui a esperarle especialmente a casa del visir
Maluf. Y quedé asombrado ante la original solución dada al
problema de los 257 camellos, reducidos al final a 256. ¿Te
acuerdas?
Y el jeque Iezud, alzando el rostro y mirando
solemnemente al calculador, añadió:
- ¿Serés capaz, ¡oh hermano de los árabes!, de
enseñar los artificios del Cálculo a mi hija Telassim? Te
pagaré por las lecciones el precio que me pidas. Y podrás,
como hasta ahora, seguir ejerciendo el cargo de secretario
del visir Maluf.
- ¡Oh jeque generoso!, replicó prontamente Beremiz.
No veo motivo para dejar de atender a su honrosa
invitación. En pocos meses podré enseñar a su hija todas
las operaciones algebraicas y los secretos de la Geometría.
Se equivocan doblemente los filósofos cuando creen medir
con unidades negativas la capacidad intelectual de la mujer.
La inteligencia femenina, cuando se halla bien orientada,
puede acoger con incomparable perfección las bellezas y
secretos de la ciencia. Fácil tarea sería desmentir los
conceptos injustos formulados por el daroes. Los
historiadores citan varios ejemplos de mujeres que
destacaron en el cultivo de la Matemáticas. En Alejandría,
por ejemplo, vivió Hiparía, que enseñó la ciencia del Cálculo
a centenares de personas, comentó las obras de Diáfano,
analizó los dificilísimos trabajos de Apólonio y rectificó
todas las tablas astronómicas entonces empleadas. No hay
motivo para incertidumbre o temor, ¡oh jeque! Su hija
aprenderá fácilmente la ciencia de Pitágoras. ¡Inch’Allah!
Solo espero que determine el día y hora en que tengo que
iniciar las lecciones.
El noble Iezid le respondió:
- ¡Lo antes posible! Telassim ya cumplió 17 años, y
estoy ansioso de librarla de las tristes previsiones de los
astrólogos.
Yañadió:
- He de advertirte, sin embargo, de una particularidad
que no deja de tener su importancia. Mi hija vive encerrada
en el harén y jamás fue vista por ningún hombre extraño a
nuestra familia. Solo podrá asistir a las clases de
Matemáticas oculta tras un espeso tapiz y con el rostro
cubierto por un velo y vigilada por dos esclavas de
confianza. ¿Aceptas, a pesar de esta condición, mi
propuesta?
- Acepto con viva satisfacción, respondió Beremiz. Es
evidente que el recato y el pudor de una joven valen más
que los cálculos y las fórmulas algebraicas. Platón, el
filósofo, mandó colocar a la puerta de su escuela el
siguiente secreto: “Nadie entre si no sabe Geometría”. Un
día se presentó un joven de costumbres libertinas y mostró
deseos de frecuentar la Academia platónica. El maestro,
sin embargo, se negó a admitirlo, diciendo: “La Geometría
es toda ella pureza y simplicidad. Y tu falta de pudor ofende
a una ciencia tan pura”. El célebre discípulo de Sócrates
procuraba de ese modo demostrar que la Matemática no
armoniza con la depravación y con la torpe indignidad de
los espíritus inmortales. Serán, pues, encantadoras las
lecciones dadas a esa joven que no conozco y cuyo rostro
jamás tendré la fortuna de admirar. Si Allah quiere, mañana
mismo podré empezar las clases.
- Perfectamente, repuso el jeque. Uno de mis siervos
vendrá mañana a buscarte poco después de la oración
segunda. ¡Uassalam!
Cuando el jeque Iezid abandonó la hostería, interpelé al
calculador porque me pareció que el compromiso era
superior a sus fuerzas.
- Escucha Beremiz. Hay en todo esto un punto oscuro
para mí. ¿Cómo vas a poder enseñar Matemáticas a una
joven cuando en verdad nunca estudiaste esta ciencia en
los libros ni asististe a las lecciones de los ulemas? ¿Cómo
lograste aprender el cálculo que aplicas con tanta brillantez
y oportunidad? Bien sé, ¡oh Calculador!, que empezaste a
desvelar los misterios de la Matemática entre ovejas,
higueras y bandadas de pájaros cuando eras pastor allá en
tu tierra…
- ¡Estás equivocado, bagdalí!, reconsideró con
serenidad el calculador. Mientras vigilaba los rebaños de mi
amo, allá en Persia, conocí a un viejo derviche llamado Nô-
Elim. Una vez lo salvé de la muerte en medio de una
violenta tempestad de arena. Desde entonces fue mi mejor
amigo. Era un gran sabio y me enseñó cosas útiles y
maravillosas.
Después de las lecciones que recibí de tal maestro,
me siento capaz de enseñar Geometría hasta el último libro
del inolvidable Euclides Alejandrino.
CAPITULO X
De nuestra llegada al Palacio de Iezid. El rencoroso
Tara-Tir desconfía de los cálculos de Beremiz. Los
pájaros cautivos y los números perfectos. El Hombre
que Calculaba exalta la caridad del jeque. De una
melodía que llegó a nuestros oídos, llena de melancolía
y añoranza como las endechas de un ruiseñor
solitario.
Pasaba muy poco tiempo de la cuarta hora cuando
dejamos la hostería y tomamos el camino de la casa de
Iezid-Abul-Hamid.
Guiados por el siervo amable y diligente, atravesamos
rápidamente las calles tortuosas del barrio de Muassan y
llegamos a un lujoso palacio constituido en medio de un
atractivo parque.
Beremiz quedó maravillado del aire distinguido que el
rico Iezid, procuraban dar a su residencia. En el centro del
parque se erguía una gran cúpula plateada donde los rayos
del sol se deshacían en bellísimos efectos policromos. Un
gran patio, cerrado por un fuerte portón de hierro ornado
con los más bellos detalles del arte, daba entrada al interior
del edificio.
del edificio.
Un segundo patio interior, que tenía en el centro un bien
cuidado jardín, dividía el edificio en dos pabellones. Uno de
ellos estaba ocupado por los aposentos particulares; el otro
estaba destinado a los salones de reunión y a la sala donde
el jeque se reunía a menudo con ulemas, poetas y visires.
El palacio del jeque, a pesar de la ornamentación
artística de las columnas, era triste y sombrío. Quien se
fijara en las ventanas enrejadas no podría apreciar las
pompas del arte con que todos los aposentos estaban
interiormente revestidos.
Una larga galería con arcadas, sustentada por nueve o
diez esbeltas columnas de mármol blanco, con arcos de
herradura, zócalos de azulejos sin relieve y el piso de
mosaico, comunicaba los dos pabellones y dos soberbias
escaleras de honor, también de mármol blanco, llevaban al
jardín, donde había un manso lago rodeado de flores de
formas y perfumes diversos.
Una gran jaula llena de pájaros, ornada también de
arabescos de mosaico, parecía ser la pieza más
importante del jardín. Había allí aves de canto exótico,
formas singulares y rutilante plumaje. Algunas, de peregrina
belleza, pertenecían a especies desconocidas para mí.
Nos recibió, muy cordialmente, el dueño de la casa
llegando a nuestro encuentro desde el jardín. Le
acompañaba un joven moreno, flaco, de anchos hombros,
que no demostró demasiada amabilidad en su
comportamiento. Ostentaba en la cintura un riquísimo puñal
con empuñadura de marfil. Tenía una mirada penetrante y
agresiva. Su manera de hablar, agitada e inquieta,
resultaba muy desagradable.
- ¡Vaya! ¿Así que es ese el calculador? Observó
subrayando sus palabras con un tono de desdén. ¡Qué
buena fe tienes, querido Iezid! ¿Y vas a permitir que un
mendigo cualquiera se acerque y dirija la palabra a la bella
Telassim? ¡Es lo que faltaba! ¡Por Allah! ¡Mira que eres
ingenuo!
Yprorrumpió en una injuriosa carcajada.
Aquella grosería me indignó y me dieron ganas de
acabar a puñetazos con la descortesía de aquel atrevido.
Beremiz, sin embargo, no perdió la calma. Era incluso
posible que el calculador descubriera en aquel momento,
en las palabras insultantes que acababa de oír, nuevos
elementos para hacer cálculos y resolver problemas.
El poeta, molesto por la actitud poco delicada de su
amigo, dijo:
- Perdona, Calculador, el juicio precipitado de mi primo
el-hadj Tara-Tir. El no conoce y, por tanto, no puede valorar
debidamente, tu capacidad matemática, y está más
preocupado ue cualquier otro por el futuro de Telassim.
El joven exclamó:
- ¡Pues claro que no conozco los talentos matemáticos
de este extranjero! No me importa en absoluto saber
cuántos camellos pasan por Bagdad en busca de sombra y
alfalfa, replicó el iracundo Tara-Tir con aire desdeñoso y
sonriendo torvamente.
Y luego, hablando de prisa, atropellándose las
palabras, continuó:
- Puedo probar en pocos minutos, querido primo, que
estás completamente equivocado con respecto a la
capacidad de este aventurero. Si me lo permites, voy a
acabar con su ciencia fundamentada en dos o tres
banalidades que oí a un maestro de Mosul.
- ¡Claro que sí!, ¿por qué no ha de permitírtelo?,
consistió Iezid. Ahora mismo puedes interrogar a nuestro
Calculador y plantearle el problema que se te ocurra.
- ¿Problemas? ¿Para qué? ¿Quieres confrontar la
ciencia que aúlla?, exclamó groseramente. Te aseguro que
no va a ser necesario inventar ningún problema para
desenmascarar al sufista ignorante. Llegaré al resultado
que pretendo sin necesidad de fatigar la memoria, y mucho
antes de lo que piensas.
Y señalando hacia la gran pajarera interpeló a Beremiz
clavando en él sus ojos menudos que destelleaban con
fuerza inexorable y fría.
- ¡Respóndeme, “Calculador del Anade”. ¿Cuántos
pájaros hay en esa pajarera?
Beremiz Samir se cruzó de brazos y se puso a
observar con viva atención el vivero indicado. Sería prueba
de locura -pensé yo- intentar contar los pájaros que
revoloteaban inquietos por la jaula, saltando con increíble
ligereza de una percha a otra.
Se hizo un silencio expectante.
Al cabo de unos segundos, el calculador se volvió
hacia el generoso Iezid y le dijo:
- Os ruego, ¡oh jeque!, que mandéis soltar
inmediatamente a tres de esos pájaros cautivos; será así
más sencillo y agradable para mí anunciar el número total…
Aquella petición tenía todo el aire de un disparate. Es
lógico que quien sea capaz de contar cierto número podrá
contarlo también con tres unidades más.
Iezid, intrigadísimo con la inesperada petición del
Calculador, hizo venir al encargado de la pajarera y dio
orden de que fuera atendida la petición de Beremiz.
Liberados de la prisión, tres lindos colibríes volaron raudos
hacia el cielo.
- Ahora hay en esta pajarera, declaró Beremiz en tono
pausado, cuatrocientos noventa y seis pájaros.
- ¡Admirable!, exclamó Iezid con entusiasmo. ¡La cifra
exacta! ¡Y Tara-Tir lo sabe! Yo se lo dije: medio millar
exacto había en mi colección. Ahora, libres los tres que
soltamos y un ruiseñor que mandé a Moscú, quedan 496…
- Acertó por casualidad, refunfuñó Tara-Tir con gesto
de rencor.
El poeta Iezid, instigado por la curiosidad, le preguntó
a Beremiz:
- ¿Puedes decirme, amigo, por qué preferiste contar
496, cuando tan sencillo eran sumar 496 + 3, o decir
simplemente 489?
- Te lo explicaré ¡oh jeque!, respondió con orgullo
Beremiz. Los matemáticos procuran siempre dar
preferencia a los números notables y evitar resultados
inexpresivos o vulgares. Pero entre el 499 y el 496 no hay
duda posible. El número 496 es un número perfecto y debe
merecer toda nuestra preferencia.
- ¿Y qué quiere decir un número perfecto?, preguntó el
poeta. ¿En qué consiste la perfección de un número?
- Número perfecto, explicó Beremiz, es el que presenta
la propiedad de ser igual a la suma de sus divisores,
excluyéndose claro está, de entre ellos el propio número.
Así, por ejemplo, el número 28 presenta 5 divisores
menores que 28:
1, 2, 4, 7, 14
La suma de esos divisores:
1 + 2 + 4 + 7 + 14
es precisamente igual a 28. Luego 28 pertenece a la
categoría de los números perfectos.
El número 6 también es perfecto. Los divisores de 6 -
menores de 6- son:
1, 2 y 3
cuya suma es 6.
Al lado del 6 y del 28 puede figurar el 496 que es
también, como ya dije, un número perfecto.
El rencoroso Tara-Tir sin querer oír las nuevas
explicaciones de Beremiz, se despidió del jeque Iezid y se
retiró mascullando con ira, pues no había sido pequeña su
derrota ante la pericia del Calculador. Al pasar ante mí me
miró de soslayo con aire de soberano desprecio.
- Te ruego, ¡oh calculador!, se disculpó una vez más el
noble Iezid, que no te sientas ofendido por las palabras de
mi primo Tara-Tir. Es un hombre de temperamento exaltado
y desde que asumió la dirección de las minas de sal, enAlDerid,
se ha vuelto irascible y violento. Ya sufrió cinco
atentados y varias agresiones de esclavos.
Era evidente que el inteligente Beremiz no quería
causar molestias al jeque. y respondió, lleno de
mansedumbre y bondad:
- Si deseamos vivir en paz con el prójimo tenemos que
refrenar nuestra ira y cultivar la mansedumbre. Cuando me
siento herido por la injuria, procuro seguir el sabio precepto
de Salomón:
El necio al punto descubre su cólera;
el sensato sabe disimular su afrenta .
Jamás podré olvidar las enseñanzas de mi bondadoso
padre. Siempre que me veía exaltado y deseoso de
venganza, me decía:
“Quien se humilla ante los hombres se vuelve glorioso
ante Dios”.
Ydespués de una pequeña pausa, añadió:
- Le estoy muy agradecido, sin embargo, al rudo TaraTir,
y no le guardo el menor resentimiento. Su turbulento
carácter me ha proporcionado ocasión de practicar nueve
actos de caridad.
- ¿Nueve actos de caridad?, se sorprendió el jeque. ¿Y
cómo fue eso?
- Cada vez que ponemos en libertad a un pájaro
cautivo, explicó Beremiz, practicamos tres actos de
caridad. El primero para con la avecilla, devolviéndola a la
vida amplia y libre que le había sido arrebatada, el segundo
para con nuestra conciencia, y el tercero para con Dios…
- Quieres decir entonces que si yo diera libertad a
todos esos pájaros de la pajarera…
- Te aseguro que practicarías, ¡oh jeque!, mil
cuatrocientos ochenta y ocho actos de elevada caridad…
exclamó Beremiz prontamente, como si ya supiese de
memoria el producto de 496 por 3.
Impresionado por esas palabras, el generoso Iezid
determinó que fuesen puestas en libertad todas las aves
que se hallaban en la gran jaula.
Los siervos y esclavos quedaron asombrados al oír
aquella orden. La colección, formada con paciencia y
esfuerzo, valía una fortuna. En ella figuraban perdices,
colibríes, faisanes multicolores, gaviotas negras, patos de
Madagascar, lechuzas del Cáucaso y varios tipos de
golondrinas rarísimas de China y de la India.
- ¡Suelten los pájaros!, ordenó de nuevo el jeque
agitando su mano resplandeciente de anillos.
Se abrieron las amplias puertas de tela metálica. La
cautivas aves dejaron la prisión en bandada y se
extendieron por la arboleda del jardín.
Dijo entonces Beremiz:
- Cada ave, con sus alas extendidas, es un libro de
dos hojas abierto en el cielo. Feo crimen es robar o
destruir esa menuda biblioteca de Dios.
Comenzamos entonces a oír las notas de una canción.
La voz era tan tierna y suave que se confundía con el trino
de las leves golondrinas y con el arrullo de las mansas
palomas.
Al principio era una melodía encantadora y triste, llena
de melancolía y añoranza, como las endechas de un
ruiseñor solitario. Se animaba luego en un crescendo vivo
con gorjeos complicados, trinos argentinos, entrecortados
gritos de amor que contrastaban con la serenidad de la
tarde y resonaban por el espacio como hojas llevadas por
el viento. Después volvió el primer tono, triste y doliente y
parecía resonar por el jardín con un leve suspiro:
Si hablara yo las lenguas de los hombres
y de los ángeles
y no tuvieracaridad,
sería como el metal que suena
o como la campana que tañe.
¡nada sería!…
¡nada sería!…
Si tuviera yo el don de la profecía
y toda la ciencia,
de tal modo que transportase los montes
y yo tuviese caridad,
¡nada sería!…
¡nada sería!…
Si distribuyese mis bienes todos
para sustento de los pobres,
y entregase mi cuerpo para ser quemado,
y no tuviese caridad,
¡nada sería!…
¡nada sería!…
El encanto de aquella voz parecía envolver la tierra en
una onda de indefinible alegría. Hasta el día parecía
haberse vuelto más claro.
- Es Telassim quien canta, explicó el jeque al ver la
atención con que escuchábamos arrebatados aquella
extraña canción.
Los pájaros revoloteaban llenando el aire con sus
alegres trinos de libertad. Eran sólo 496, pero daban la
impresión de ser diez mil…
Beremiz estaba absorto. En su espíritu sensible
penetraron las notas de la canción, uniéndose a la felicidad
que le había deparado la liberación de los pájaros. Luego,
alzó los ojos buscando de dónde partía aquella voz.
- ¿Yde quién son esos bellísimos versos?, pregunté.
El jeque respondió:
- No sé. Una esclava cristiana se lo enseñó a Telassim,
y ella no lo olvidó ya más. Deben de ser de algún poeta
nazareno. Eso me dijo hace días la hija de mi tío, madre de
Telassim.
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